España es un lugar que se caracteriza por su cultura e historia, sus tradiciones y lenguaje han sido exportadas – con mayor o menor éxito a casi cada rincón del mundo. Su comida, arquitectura, incluso – algunos dicen – sus mujeres son admiradas. España es un centro turístico tradicional cultural y de diversión. Sin embargo, esa misma España cuenta también entre sus tradiciones con numerosos eventos que, o han ido degenerando con los años, como los San Fermines, que se han convertido en una manifestación de borrachos y suicidas, o los toros embolados, donde literalmente se encierra a un toro en una plaza enrejada mientras se le pega fuego a sus cuernos. Brillante.
Pero entre cultura y degeneración, nos encontramos con un nuevo concepto de turismo de nueva creación, que se basa en la organización de eventos sin base tradicional alguna que surgen de la nada, y que acaban siendo el flag-ship de alguna localidad sin nada que ofrecer más que un evento anual fruto del marketing chusco y barato. Este es el caso de la tomatina de Buñol.
La tomatina no es otra cosa que es una algarada callejera en la que los asistentes – en su mayor parte borrachos – se lanzan tomates los unos a los otros. Nada más y nada menos. En otros pueblos se lanzan vino, agua, natillas e incluso mierda de caballo. Empiezan borrachos una tarde de fiesta en honor a la Virgen de Tal y acaban todos juntos riendo rebozados en heces equinas.
La tomatina se celebra, nadie sabe por qué, el último miércoles de agosto, cuando se distribuyen en camiones 125 toneladas de tomates entre los participantes, que el año pasado fueron más de 40,000. Sin embargo, este año, en otra decisión typical Spanish, se ha privatizado el evento, cobrando 10 euros por entrada a los que quieran asistir y limitándolo a 15,000 asistentes. Huelga decir que la privatización del evento se ha hecho en la manera tradicional corrupta española, sin acudir a ningún tipo de concurso público. El ayuntamiento de Buñol ha descubierto que la gente es capaz de pagar no por un tomate en ensalada, crudo o guisado, sino porque se lo tiren a la cara, los pringuen con un mejunje ácido y asqueroso, y además disfrutar durante semanas de un olor repugnante a tomate agrio. Han descubierto que la estupidez humana no tiene límites y le saca partido. Bravo por ellos.
Pero la estupidez es global. La fiesta se ha exportado a lugares tan variopintos como China, Japón, Costa Rica o Chile, donde la gente disfruta los tomatazos en sus caras cual relación multiorgásmica.
Antes de ir a la tomatina piénsalo dos veces. Asistir a semejante espectáculo de derroche alimentario y degradación te denigra como persona, pero si además pagas por él, es que eres un absoluto imbécil.
Que atrevida es la ignorancia…